Hábitos Saludables, Vida Sana

Aprender a cuidarse para poder cuidar

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La responsabilidad de cuidar de una persona enferma o dependiente es una tarea que implica tiempo, esfuerzo, dedicación y paciencia. Para el cuidador no es una tarea fácil y, si no se cuida también a sí mismo, el desgaste físico y emocional puede afectar a su salud y al propio enfermo.  

Cuando una persona se enfrenta a la situación de tener que cuidar a un enfermo, la vida le cambia por completo. Asumir esta responsabilidad supone con frecuencia renunciar a gran parte de su tiempo libre y sus relaciones sociales, y es normal que se produzcan cambios importantes en la vida familiar, laboral y social del cuidador. La carga física y emocional es muy importante y va ligada en gran parte a la situación o evolución del enfermo, a la edad del cuidador y al grado de desconocimiento de la enfermedad. Si el cuidador no se presta atención a sí mismo y no se cuida, puede aparecer el “síndrome del cuidador”.

El síndrome del cuidador

El síndrome del cuidador es un trastorno que se presenta en personas que desempeñan el rol de cuidador principal de un enfermo dependiente. Enfrentarse a esta nueva situación sin estar preparado comporta un desgaste físico y psíquico importante producido por el estrés continuado de la lucha diaria contra la enfermedad. Si, además, esta nueva situación se presenta al final de la madurez o ya en la tercera edad (por ejemplo, por el cuidado del cónyuge), cuando las fuerzas y la energía están más mermadas, se favorece la aparición de este síndrome.

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Conforme la situación del cuidado del enfermo se alarga, aparecen de forma progresiva en el cuidador sentimientos y síntomas negativos porque:

  • Asume una gran carga física y psíquica.
  • Se responsabiliza totalmente de la vida del enfermo (medicación, visitas médicas, cuidados, higiene, alimentación…).
  • Pierde progresivamente su independencia, ya que el enfermo cada vez le absorbe más tiempo.
  • Se comienza a desatender a sí mismo: renuncia a su tiempo libre, abandona sus aficiones, su vida social, y acaba paralizando su proyecto vital.
  • A medida que pasa el tiempo, la calidad de vida del enfermo puede ir mejorando considerablemente, mientras que la del cuidador va decayendo.

Síntomas del desgaste

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Si de tanto cuidar a otra persona dejamos de cuidarnos a nosotros mismos, comienzan a aparecer síntomas que nos indican que estamos realizando un sobreesfuerzo que nos está generando un desgaste físico y emocional importante. Los signos que nos pueden alertar de que estamos ante el síndrome del cuidador son: 

  • Fatiga mental y física: sensación de sueño o cansancio continuo y de “no poder más”. 
  • Ansiedad, nerviosismo, tristeza, sentimiento de soledad, frustración por los sentimientos de impotencia y de fracaso, y aislamiento social. 
  • Aumento del consumo de medicamentos y sustancias adictivas, con la idea de evitar ponerse enfermo y desatender a la persona a la que cuidamos. 
  • Cambios de humor frecuente e irritabilidad: se pierden los nervios con facilidad.
  • Estrés, ansiedad y preocupación excesiva por cualquier imprevisto.
  • Trastornos del sueño.
  • Tensión contra los cuidadores auxiliares: pensar que nadie lo cuida como yo. 
  • Dificultad para concentrarse.
  • Alteraciones del apetito y del peso.
  • Dificultades cognitivas: problemas de memoria, atención.
  • Problemas laborales.

Si no prestamos atención a estos signos de alarma, las consecuencias pueden afectar tanto a la salud física y emocional del cuidador, como al enfermo, ya que tendría un cuidado posiblemente deficiente y puede sentir, incluso, sentimientos de rechazo de la persona que lo cuida. 

La persona responsable del cuidado del enfermo suele estar tan pendiente de él que puede que no se preste atención a sí mismo ni que pida ayuda. Por tanto, también es responsabilidad de los profesionales médicos, el entorno más cercano y de la propia familia detectarlo y ayudar al cuidador con el mismo esmero que al enfermo, compartiendo en lo posible sus tareas.

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Cómo cuidarnos cuando somos cuidadores

Es importante cuidarse a sí mismo cuando cuidamos a otra persona. Algunos hábitos que podemos adoptar para aliviar nuestra dura tarea y prevenir en lo posible el desgaste físico y emocional son:

  • Organizar bien nuestro tiempo, buscando momentos de desconexión para dedicarlos a nosotros mismos, a nuestra vida social y a nuestras actividades de ocio. 
  • Descansar lo suficiente, durmiendo las horas necesarias y encontrando momentos durante el día para poder descansar.
  • Compartir las tareas del cuidado del enfermo con otras personas, y no caer en el error de pensar que nosotros somos los únicos que podemos hacerlo. 
  • Llevar una vida sana, con una alimentación adecuada, rica en nutrientes que nos ayuden a conservar la energía, y practicando ejercicio físico, que también nos va a ayudar a desconectar.
  • Consultar con un profesional sanitario todas las dudas que surjan sobre la enfermedad, la autonomía del enfermo (para dejarle hacer lo que esté capacitado y no sobrecargarnos) y sobre los cuidados que necesita.  
  • Compartir tus sentimientos con otras personas, tanto los buenos como los malos. Expresarlos con el entorno cercano o con personas que están pasando por la misma situación nos puede ayudar a relativizar y a enfrentarnos mejor a nuestra dura carga. Si es necesario, se puede buscar ayuda psicológica profesional.